Tenía que ser él

Que quede claro. Mi padre está vivo, es mayor sí, pero está hecho un roble.

Y aunque podría decir que a la hora de confeccionar este relato no he pensado en nadie concreto, sería falso. Porque sí que he podido ver a mi madre mientras los escribía, aunque le he dado otra apariencia muy distinta.

Era él, no podía ser ninguna otra persona. Nadie más contaba con ese porte tan entrañable ni esa gracia tan natural al andar. Era él. Estaba tan segura de ello que hasta me dispuse a seguirlo por entre toda aquella gente. Quería verle la cara, mirarle a los ojos y tenerlo de nuevo cerca.

Lo reconocería en cualquier parte. Esa espalda ancha y fuerte me era tan familiar. Cómo no distinguir su simétrica cabeza envuelta por una fina capa de pelo canoso y protegida por aquella desgastada boina gris.

Era él, lo notaba. Podía sentir sus grandes manos agarrando las mías. Podía intuir su áspera mejilla acariciando mi fina y tierna piel. Mis fosas nasales se inundaban con su olor. El aroma de tierra húmeda de su agrietada dermis se mezclaba con la fragancia de bar y patata de churrería de su ropa. Hasta podía saborear la piel de su rostro. Ese gusto pastoso y dulzón tan característico de la espuma de afeitar combinado con el bálsamo para después del rasurado.

–¡Papá, papá!, ¿por qué no se giraba? Tenía que ser él, quería que fuera él. Aunque, en verdad, sabía que era imposible. Hacía mucho que había muerto. Yo todavía era una niña.

FIN

Foto de Jacek Dylag en Unsplash

¿Te gustó? Espero que sí.

Dame a conocer tu opinión, me interesa saberla. Gracias

2 comentarios en «Tenía que ser él»

  1. Novament, m’ha agradat molt la fluïdesa amb que la teva forma de descriure la realitat viscuda em fa entrar en el que comuniques.

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